jueves, octubre 18

Se está tan bien aqui

Que si no he visto el estado de destrucción en el que se encuentra mi ciudad. El país entero, Oaxaca, una desgracia, un desastre. Un deterioro constante; un estar siempre sofocados en el fondo. En el obscuro fondo de un mundo sin luna, sin miradas, sin rostros. Sin esperanza. Llevo casi un año escuchando ese discurso. Algunas temporadas con más frecuencia, otras con menos. Un año de ver a aquéllos que no ven. Que no escuchan. Que se duelen quizá, o ya no, de no tener en la palma de sus manos la línea que conduce al sitio donde la creación delira, se hace obra, caricia, lágrima, canto. Aquéllos que de vez en cuando recuerdan los sonidos del alba. Y que cada vez menos, se atreven a bailar desnudos frente al espejo.

Llevo un año de mirar a mi ciudad con ojos nuevos. Veinte años atrás me marché sin saber cuándo habría de volver. O si volvería o no. Veinte años atrás la vida, mi vida, no conocía la premura. El tiempo era tan sólo pinceladas de tiempo. El sol, la luna, un ciclo delante del otro. O atrás. Me fui de mi ciudad sin saber qué encontraría al regreso. Y encontré vida, raudales de vida. Al filo de la desesperanza, pero vida.Que si no leo lo que yo misma he escrito sobre la criminalidad, la colombianización de México, el susto de muerte que se llevó la pobre de mi madre con mi secuestro virtual, ¡qué infamia! Que si no miro las desigualdades, el hambre, a los violadores, pederastas, rateros, la crueldad en las uñas de los que ofrecen droga a los chamacos; los valores hechos trizas de los adolescentes que salen al mundo con una botella de alcohol en la mano. La sed. Que si no me doy cuenta de que ya nadie, o casi nadie, se conmueve frente a una obra de arte. Un Toledo, un Felguérez, un Tamayo, un Cuevas, un Rivera, un Siqueriros, se admiran según el precio que les coloca el mercado.

Eso dicen muchos, no todos, pero muchos de mis amigos que se quedaron en esta ciudad o en algún otro rincón de México y que han visto cerrarse, una a una, las sabias manos de los amorosos.Que deje de soñar. Que me esté quieta, me aconsejan mis amigos con palabras como puñales.Hay los que no me dan consejo alguno, pero que llevan una capa de concreto encima. Como una piedra atada al pié que ya no usan. O un gemido hueco, permanente, hilvanado en las pupilas de la nada. Una y otra vez el vacio encima del vacio. El grito que destiñe cualquier verdad que quepa adentro de su mundo. Un mundo sin susurros, sin labios que besar.

He estado a punto de estar triste. O lo he estado muchas veces. Triste de otros que desconocen el lado gentil de la tristeza. Su fuerza. Su arrojo. Su ruidosa manera de soñar con la vida. Con una vida que, abiertos los brazos, nos hace sentir lo bien que se está aquí. Después de todo.Se está tan bien aquí. Ese es el título del libro de poemas más reciente de Alejandro Aura, el poeta, el dramaturgo, el conductor de programas de radio y televisión. Alejandro Aura, el que abrió las puertas de las calles de la ciudad de México para que se fueran acomodando en ellas una escultura, un canto, un libro, una obra de teatro, un viejo amor. Alejandro Aura, el amigo entrañable, el creador de las mejores carnitas michoacanas en pleno Madrid, el mejor bebedor de mezcal, uno de los seres más versados en cuestiones de vivir.Fui el miércoles pasado al bar “Ronda” en Avenida de la Paz. Un rincón poco usual por el manojo de luz que desparrama en plena noche. Debe ser porque lo llevan Rodrigo Ambris y María Aura que algo aprendió del “Hijo del Cuervo”, cómo no. Ese día Alejandro nos invitó a escucharlo leer sus poemas que es lo que verdaderamente le gusta hace. Leer en voz alta su poesía y mejorar con ello un poco al mundo. Y lo hace casi tan bien como vive. Casi tan bien como convive desde hace ya dos años con su cáncer. En voz alta, muy alta. Y la frente, también alta. Y el alma, sobre todo el alma. Alejandro nos convocó para que escucháramos su despedida. Aunque, como él mismo lo dijo: pongan ustedes que no se cumpla. Que no sea este su libro de despedida porque ya volvió a escribir otra gran canastada de poemas frescos. Limpios, saltarines, juguetones. Hechos a mano, sus poemas de papel.

Yo ya conocía los poemas. Ya había ido a la lectura de algunos de ellos, hace casi un año, en el Faro de Oriente. También ahí se despidió Alejandro. También ahí muchos de sus amigos lloramos quedito, por dentro, suavecito. Un llorar de agua dulce. Pero en esta segunda ocasión, además del llanto, sucedió un milagro. De pronto desaparecieron los lamentos, las quejas, las palabras violentas. Las lenguas que no buscan, los ojos cerrados. Nada importaba más que el poema hablado de Alejandro Aura. Un Alejandro que a la orilla de cada página, se lanza a los brazos de las musas, de Milagros, de todas sus mujeres, de sus amigos, sus hijos, a los brazos de la vida en la que ha aprendido a estar tan bien, pero tan bien que contagia. Por eso nunca dejaremos de darle las gracias. Por el contagio de vida. De creatividad, de risa, de ocurrencia. Alejandro Aura le hizo esa noche una caravana a las personas que está ya echando tanto de menos, como lo narra en su poema de despedida, y dijo adiós. Con las manos otra vez abiertas, los amorosos le aplaudieron e hicieron suya su secreta esperanza. Aunque sepamos que no tiene fundamento; aunque Alejandro nos haya dicho que ya revisó la historia y que todos, absolutamente todos han muerto. Pero no todos han estado, como Alejandro, tan bien aquí.

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domingo, octubre 14

Chavela Vargas, su risa y sus premios


Tiene un montón de premios y reconocimientos de todo el mundo. De la condecoración que más platica es de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, concedida por un Real Decreto que se aprobó en el Consejo de Ministros del gobierno español. Le hace sentirse orgullosa, digna, querida. Lo obtuvo en noviembre del 2001, cuando tenía 81 años. Ese día Chavela Vargas estaba radiante, rodeada de sus amigos del alma: Pedro Almodóvar, Marisa Paredes, Isabel Preysler, Rosario Flores, Elena Benarroch, Lina Morgan y otros más que la acompañaron a La Moncloa a pesar de que muchos de ellos no simpatizaban nada con el entonces presidente José María Aznar. Ni modo, por Chavela sus amigos hacen lo que haga falta. Y esa no fue la única ocasión en la que tuvieron que darle la mano y sonreírle a Aznar quien por cierto, es un grandísimo admirador de Chavela, igual que su esposa. Un día Chavela regresaba de Sevilla a Madrid en tren, cuando se encontró con un miembro del gabinete de Aznar. Viajaban en el mismo vagón. Chavela estaba cansada, acababa de actuar la noche anterior. Dormitaba. Al día siguiente los amigos de Chavela recibieron una invitación para cenar en La Moncloa. Almodóvar, Joaquín Sabina, Marisa Paredes, Miguel Bosé, entre otros. Aznar había sido informado que Chavela estaba triste y decidió hacer una fiesta para ella con sus grandes amigos, todos ellos simpatizantes y/o colaboradores del Partido Socialista, el principal contrincante de Aznar y los suyos. Cuando se enteró de que este año le concederán el Grammy “Logros de toda una vida”, se alegró. Lo primero que pensó fue en que sus amigos españoles seguramente irán a la ceremonia ya que Miguel Bosé está entre los favoritos del Grammy Latino. Y en la divertida que se dará en Las Vegas, sede de los premios, jugando a jugar. Suena extraño que no la hayan mencionado siquiera en ninguna de las versiones anteriores del Grammy. Será que Chavela no tiene empresa disquera que haya manifestado su interés en los premios. Y es que en el tema de los discos, a Chavela siempre le ha ido muy mal. No que no venda. Está lleno de discos de Chavela en cualquier tienda del mundo. Pero ella no recibe un peso. Solamente de los que consiguió grabar en España, pero muy poco, pues los derechos se vendieron a una empresa disquera grande que le concede bajas regalías cuando utilizan alguno de ellos en una película o programa especial. Antes le daba rabia pensar en que siguen saliendo sus discos sin ganancia alguna para ella. Incluso en muchos de ellos la han puesto a cantar con gente con la que jamás ha cantado. Con la Rondalla de Saltillo, por ejemplo, o con Cuco Sánchez. Le da risa pensarse cantando con Cuco a quien por supuesto conoció, pero con quien nunca cantó. Alguna vez compartieron centro nocturno, pero cada quien tenía su espectáculo. Dice que con Cuco no cantó ni en borracheras, a Cuco no le gustaban las borracheras. No tomaba ni una copa, me contó un día Chavela. Ni parrandeaba. Quién sabe cómo se inspiraba para escribir aquéllas canciones de ardido y borracho perdido que lo hicieron tan famoso.

Si se anima a viajar a Las Vegas a recibir el Grammy se va a divertir. A sus 88 años se divierte. Se muere de la risa, es ocurrente. Chavela Vargas es de esas personas que viven con el gusto de vivir en la mirada. Ha vivido intensamente y no se arrepiente de nada. Ni siquiera de las borracheras que se ponía a cada rato, ni del montón de huesos que se quebró por manejar tomada. Ni de los amores que ha tenido o ha dejado de tener. No se arrepiente de haber sido amiga de teporochos, prostitutas, albañiles. De nada. Ella es como es, precisamente por todo lo que ha ido acumulando en el camino. Y es eso lo que su público mira en el escenario. Más que su voz, más que la letra de las canciones que canta, más que sus jorongos de telar de cintura, más que sus brazos abiertos. Ven toda su vida y la sienten. Es esa la magia que se ejerce cuando Chavela Vargas está en el escenario. Pero no nada más en el escenario.

Lo mismo ocurre cuando anda en la calle. La gente que se le acerca no la felicita, le da las gracias. Gracias, le dicen, por ser así. Gracias por estar viva. Gracias, repiten, muchas gracias y luego le piden permiso para fotografiarse con ella. Una foto Chavela, aunque sea con el teléfono celular, nadie me lo va a creer, le dicen. Algunos le piden un autógrafo. He visto gente que llora cuando la ve. Había visto mucha que llora cuando la escucha cantar. Jóvenes incluso. Pero últimamente la gente que la mira en la calle también llora. Un día un señor le pidió su bendición. Otro le dijo que quería tocarle el rostro. Como si fuera una especie de diosa. O una chamana. Una chamana que cura con la voz y la mirada.A ella le divierte que le digan cosas. Le divierte divertirse. Le gusta ver que la gente lo haga. En ocasiones parece como si nunca hubiera dejado el trago. Cuando está en algún restaurante o sitio donde la gente toma, se incorpora a la plática. Le da risa ver como se le van subiendo poco a poco los tequilas a alguien. Y contagia su risa.Otro premio que le enorgullece es la Medalla de Oro que le otorgó la Universidad Complutense de Madrid. Ésos son premios de sabios, dijo un día, antes de que se lo entregaran. Y sí, lo son.

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