¡a volar!
Antes de comenzar las lluvias sopla con fuerza el viento. Se siente con particular intensidad en los alrededores del Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México donde además, antes de comenzar las lluvias también cambian los árboles el color de su follaje. Es tiempo de cumplir los sueños. Es tiempo de lanzar a volar a los papalotes. Pero no todos los papalotes vuelan igual de alto, no permanecen el mismo instante suspendidos, no saltan ni bailan al mismo ritmo, ni se utilizan para idénticos fines. En tiempos antiguos y en ciertos rincones del mundo todavía hoy, algunos papalotes se diseñan especialmente para las ceremonias, otros para atraer fortuna o a un amor pasajero. Están también los que se emplean en la investigación científica o aquéllos que se arrojan al viento para que acaben con los malos augurios y las pesadillas. Y por supuesto los que tienen como único fin nutrir, a través del juego, la imaginación de los niños. Para que se pongan “a volar".
“A volar” es la nueva mariposa de papel que el Papalote Museo del Niño de la Ciudad de México ha lanzado al aire. Una revista que encierra, como los libros, los misterios de los sueños. Una especie de espada contra el miedo y los sobresaltos que provoca en ocasiones el mundo, en particular a los niños, pero también a aquellos adultos que no olvidan la sonrisa que exhibe de tanto en tanto la ciudad. Y que se aterran cuando se oculta detrás de los sonidos del alba. Al salir del Papalote, Museo del Niño, los niños se sienten protegidos con su revista en la mano. “A volar”, los ampara. Les revela el secreto de poder seguir soñando en su ciudad; les ensancha el mundo que vieron al interior del museo. Un mundo donde imaginar es un acto cotidiano y aprender desgrana sonidos de carcajadas, asombros, diversión, sueños.
Un día alguien soñó con un papalote e inventó el paracaídas. Años después otra persona vio un papalote enorme en su sueño e inventó las alas delta y el parapento. Hace unos meses un grupo de personas, entre ellas Patricia y Victoria Gaxiola, incansables hacedoras de sueños infantiles, soñaron la posibilidad de abrir las puertas y las ventanas al Museo del Niño; arrancarle el techo y las paredes, sacarlo a la calle. Y sin despertar, inventaron “a volar”.
“A volar” no es una revista como cualquier otra. Tiene alas de mariposa. Pero no de una mariposa común. Es una mariposa de papel que a diferencia de otras, puede volar aunque le toquen las alas. Es su magia. Vuela más alto mientras más la toquen, la acaricien, la arruguen, le den la vuelta, la recorten, la llenen de colores. Fue una niña de ocho años quien me lo dijo cuando le pregunté qué veía en la revista: los colores de las alas de todos los pájaros y las mariposas. También los colores de los niños que vuelan. Dijo lo anterior y se puso a reír. Y riendo se fue a volar.
Es tiempo de abrir el camino a Tláloc. De barrer las calles y las avenidas con alas de mariposas. Por eso tiembla la tierra. Así le respondí a la niña de ocho años cuando me preguntó, asustada, por qué tiembla la tierra. Ella ya sabe qué es lo que sucede en el espacio con el movimiento. Conoce la forma como se producen las colisiones cósmicas. Lo vio en el Museo del Niño y pudo seguirlo en “a volar” donde también conoció el nombre de cada uno de los planetas. Y pudo ver a Plutón, pobrecito, con su rostro triste de haber sido lo que no es.
Del techo de mi casa cuelgan dos papalotes. Uno rojo cangrejo y otro gris murciélago. Son papalotes zapotecas que en las tardes de viento se elevan en la azotea y de noche se enredan en las jacarandas. Aunque nadie los vea, se sabe que lo hacen por las manchas de ciudad que traen encima de sus alas de papel cuando regresan. Antiguamente los papalotes no se elaboraban con papel, sino con hojas de grandes árboles y varillas de bambú. No duraban tanto como los que se hacen hoy, pero derramaban aromas de tierra que se quedaban pegados en las manos. Las manos, en la revista del Museo del Niño, hablan. El primer número de “a volar” les enseña a los niños el alfabeto de letras que utilizan las manos para decir lo que uno siente. O conversar sobre un deseo, un sol, una calle donde encontrar a un amigo y decirle sin sonidos los secretos que se guardan en los labios o en el fondo de los volcanes. La historia del volcán Paricutín y el amor que el pintor Gerardo Murillo “Dr. Atl”, sintió por él, están escritos en “a volar”. El amor también a la escritura entendida como la libertad de la imaginación. Es quizá esta parte la que en lo personal me emociona más de “a volar”, la propuesta que se lanza de escribir una historia loca. Como la locura de los genios, de los ratones que viven en la panza de una tía, o la boda entre un gato y una araña. O la loca historia de una revista que se puso “a volar” por vez primera antes de la llegada de las lluvias. Y que sin duda se elevará muy alto. Sin duda ahuyentará tristezas. La tarde de su presentación, Patricia Gaxiola agradeció a Marinela Servitje, la directora del Papalote Museo del Niño, su solidaridad. De la mano de Mónica Gilardi, José Luis Oliveros y de su hermana Victoria, concedieron a los niños un espacio más para ponerse “a volar” entre las jacarandas de la Ciudad de México y desde lo alto aprender a mirar que es también aprender a sentir, a creer, a crecer sintiendo.
1 comentario:
¡qué bien que volvió la cometa/papalote!!!!!
están estupendas las fotos.
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