jueves, abril 10

Se rompió el encanto

Casi todos mis amigos se encuentran sumamente preocupados. Dicen que no recuerdan haber visto en décadas tan mal a este país. Que se está debilitando, pierde fuerza, se hunde, pero alza —antes de tocar fondo— su mano. Su mano herida. Hay otros que se han dado ya por vencidos. Se han declarado incapaces de mirar, escuchar, leer lo que aparece a diario en los medios de comunicación. Están hastiados, cansados, decepcionados. Se rompió, si es que lo hubo, el encanto. Y no saben cómo respirar tanta mentira.

La mentira avanza, dicen demasiados mexicanos. Se apodera de las calles, se confunde con los sonidos de las avenidas, entra a las casas, se sienta a contemplar a la desesperanza, la mima, la alimenta. Le concede existencia. Y la obliga a convivir con quienes hasta hace poco, muy poco, aún creían en el alba sin muros. En la vida sin miedo ni vergüenza. En la vida.

Casi todos mis amigos cuentan horrores de la política. Algunos, sin embargo, aún creen que es posible encontrar el antídoto contra el engaño. Que aún hay alguien que por las noches escribe poesía. O lee a Cernuda. O ama. O desea ser amado y apagar la voz de la mentira con el ruido que producen los cuerpos cuando se besan. Yo todavía me encuentro de este lado. Me mantengo con los ojos abiertos, aunque la poesía se me escapa, como una mariposa, a la orilla de la piel.

Cuando miro la inquietud en mis amigos, pienso en mi hijo adolescente. Y le pregunto qué piensa, en qué cree, qué mundo le gustaría sembrar en las pupilas del presente. A mi hijo adolescente le gusta la música, como a todos los adolescentes. De niño aprendió a soñar los colores de las autopistas, le gustaba el grafiti de los chavales españoles y creía que en el grafiti, se inspiraban los músicos. Hoy le pregunto qué mundo se imaginan los chavos, qué miran, en qué creen y me responde la voz de otros jóvenes. Me explica que a los emos no les gusta la vida y buscan, dice, sin entender bien a bien qué es lo que buscan. No buscan nada, le digo. No hay nada que buscar, es ese el drama, la fatalidad. El vacío. La invisible meta. El no encontrar sino la nada. La copia de lo que fueron otros en los años ochenta y ya no existe. Otros en otro país, con otro idioma, diferente realidad. O no, los une el vacío. El vacío en la mira de los adolescentes de gran parte del mundo.

La hija de una amiga quiso ir a este sábado a la marcha de las tribus urbanas. Ella sí cree en los emos. Aunque es demasiado pequeña aún para estar a su lado, cree en ellos, por creer en algo. Algo que vibre, que se mueva, que palpite. Que sea diferente. Que quiebre. Aunque no haya nada que buscar, más que la diferencia. La diferencia contra la mentira. La nada como identidad.

La marcha por la tolerancia en la ciudad de México, estuvo a punto de caer en manos de la intransigencia. Los emos a punto de ser agredidos por las otras tribus urbanas. O por un grupo de provocadores, como dicen los diarios este domingo. Por poco se da el enfrentamiento. Los punks, darks, los eskatos y los cholos intentan defender su territorio. Las calles de la ciudad otra vez disputadas. La música se escucha mejor en las azoteas, me comentó un amigo de mi hijo mientras hablábamos de los emos. Los chavos urbanos, algunos, quieren arrancar las aceras. Para dejar salir el agua que un día dio vida a la ciudad. El agua que la alimentaba, que la limpiaba, que le concedía la luz. La ciudad de agua que fue, cuando el agua era de jade en la ciudad de México.

Antes pensaba que nadie puede acostumbrarse a la mentira, pero es mentira. La gente se acostumbra a todo, cierta gente. A mentir y a escuchar sin rabia las mentiras. A mezclar las palabras que se escuchan y las que se pronuncian. Se acostumbran también a no creer. O a creer que se cree en algo. En el poder, hay quien cree en el poder. Y no puede.

Mis amigos, casi todos, están preocupados. Por eso últimamente nos reunimos cada vez que se puede. Y para huir del vacío. Hablamos horas de política. Pedimos un tequila, brindamos. Nos damos la mano con la mirada. Nos resistimos a creer en la mentira. Nos blindamos el corazón adulto y acabamos riendo a borbotones. Después otra vez nos acordamos de la debilidad de México, de su fuerza perdida, de la falta de oxigeno que le tiñe los labios. Y muchos parecen estar a punto de descreer. Por mirar a México que se hunde. Pero antes de tocar fondo, levanta la mano, les repito a mis amigos. Como pidiendo salir del pantano, como queriendo beber otra vez el agua de jade. Y vivir sin miedo y sin vergüenza. Y bailar poemas con los jóvenes en las plazas y en las avenidas; en los vagones del Metro y en los jardines. Creer. Buscar el antídoto contra el engaño. Aunque el encanto se haya roto.

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