Frida sin dolor
Me contó Chavela Vargas que una mañana vio a Frida Kahlo chutarse de un solo trago un puñado de analgésicos. Chavela pensó que se intoxicaría, pero no fue así. Esa tarde escuchó a Diego Rivera contar un cuento inventado, cantar una canción de amor y reír con Frida a carcajadas. Fue esa la primera ocasión y la única en que Chavela vio a Frida sin dolor.
Paso frecuentemente frente al Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Cada mañana desde el 14 de junio pasado, un numeroso grupo de personas espera desde muy temprano a que abran las puertas donde se exhiben más de 350 piezas relacionadas con la vida y obra de Frida Kahlo. En su inmensa mayoría los visitantes son estudiantes o gente que trabaja en los alrededores de la Alameda Central. De vez en cuando, muy de vez en cuando, algún intelectual asoma. A ninguno de los asistentes parece preocuparle la “obsesión” de Frida por su tragedia, ni su “apoyo al totalitarismo”, ni que su padre haya sido alemán. Ni mucho menos les quita el sueño que no se haya muerto en el accidente de tranvía que le destrozó las entrañas, como les sucede a varios escritores y analistas políticos mexicanos que ulimamente han confesado publicamente su repudio por la esposa de Diego Rivera.
Los domingos la fila llega a ser hasta de 200 metros. Ese día acuden sobre todo familias que juran regresar a ver completa la exposición, sin tantísimo tumulto Y es que nadie se arrepintió de entrar a la mera hora, ni decidió vender el boleto de entrada, pues el domingo la entrada es gratuita. A diferencia de algunos escritores, obsesionados con el éxito de Frida, los mexicanos que acuden a la exposición, abren la puerta a sus sentidos. Y en un acto de franca sencillez, se atreven a gozar aquello que les provoca placer. Nada más.
Le pregunté a Chavela Vargas qué pensaba sobre la comercialización que han hecho de Frida y su obra y que los intelectuales mexicanos atribuyen al todopoderoso mercado gringo. Me respondió que como a cualquier persona sensible, le molesta que se apoderen de la imagen de Frida para hacer negocio. Pero le ve la parte positiva: A Frida la conoce todo el mundo. Y en particular los mexicanos, jóvenes y viejos, ricos y pobres, cantantes y pintores, amas de casa y taxistas. Todos tienen acceso a su vida y a su obra. Y opinan a partir de lo que sienten cuando la miran.
Del periodo en que vivió en la Casa Azul con Frida y Diego, Chavela Vargas recuerda el olor a medicina, la ternura, la mirada llena de sensualidad con la que Frida desarmaba por igual a hombres y mujeres. También recuerda, entre muchas otras, las visitas que María Félix le hacía a Frida. Y cómo María guapísima hacía reír a Frida a marometas. Era una experta en marometas y en hacer olvidar el dolor, cuenta Chavela y ríe también ella la risa de antes.
La mirada de Frida, según Chavela, era un revoltijo de naturaleza, rabia, dolor, sensualidad y valentía. Todo junto. Todo completo, todo intenso. Tan intenso como es todo cuanto inquieta. Lo inquietante; es eso lo que Frida buscó. En ella y en los demás. Lo que está vivo, palpita, desprende un aroma, grita, se escucha temblar. Frida Kahlo no buscó el dolor, dice Chavela. Con todo y su dolor encima, o por ello, buscó la vida. Arrancó desde el fondo. Desde el vacío. Desde el sitio, uno de los pocos, donde la soledad muestra las hendiduras de piel que la cubren.
Hace unos días le pregunté a una amiga española que en el 2005 tuvo la oportunidad de visitar la exposición de Frida en la Galería Tate de Londres, lo que ve en su obra. “Los colores de México”, respondió. Y su alma. El éxito y el fracaso, la angustia y el amor. Una mirada nueva sobre la pintura. Cuando le pregunté qué siente al ver su obra, me dijo que un impacto en la retina que poco a poco penetra y se acomoda debajo de la piel. A dos años de distancia todavía guarda esa sensación entre los dedos. Cuando le cuento la discusión que protagonizan en México un grupo de intelectuales mexicanos molestos con Frida, su dolor, su traje de tehuana y su bigote, se ríe. Y luego me pregunta si han analizado la contribución que hizo Frida a la pintura del siglo XX o el arte de sus retratos, y me lanza una lista de otras preguntas para al final decirme que hay un perfil de intelectuales, en México y en el mundo, a quienes les duele el éxito ajeno, les frustra, les obsesiona el dolor que no sienten, les duele. Les impide subirse a los camiones y caminar por las calles; les impide soñar.
Frida nunca pintó sus sueños, pintó su realidad, ella misma lo dijo y lo escribió. A Chavela Vargas nunca le contó lo que soñaba, porque a Frida no le gustaba recordar en voz alta sus sueños. Chavela siempre pensó que los sueños de Frida venían de un lugar más allá de la muerte. Y que Frida quiso conservarlos, aunque le provocaran tristeza.
Frida Kahlo se arrancaba la tristeza con la presencia de Diego. Y en ocasiones también con la de Chavela. Diego y Frida le enseñaban a Chavela a cantar las canciones que Diego aprendió en la cárcel. Y luego las cantaba para ambos. Paloma Negra era una de sus predilectas. Cuando cantaban los tres juntos Paloma Negra, los fantasmas de la Casa Azul los mandaban callar. Y ellos volvían a cantarla y reían hasta que Frida pedía otra vez una jarra de agua y los calmantes que el doctor le recetaba, pero que nunca le quitaban el dolor. Hasta que una mañana se chutó un puñado. Chavela Vargas se pone a recordar aquéllos tiempos. Y reconoce la escuela que la Casa Azul fue para ella. Ahí aprendió a no espantarse de nada.
Si todavía viviera Frida, le pregunté a Chavela, ¿qué crees que estaría haciendo? “Estaría asombrada pensando en la cantidad de imbéciles que hay hoy en el mundo", me respondió Chavela sin dudar.
1 comentario:
Qué buen texto. Hoy me desperté y fué lo primero que hice, lo primero que leí.
Gracias...
saludos
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