Las Puertas del Bicentenario
Una puerta abre y cierra. Permite entrar o salir; descubrir o abandonar; liberar o encerrar. Una puerta, cualquier puerta, lleva un barniz de magia y de tristeza; de canto y de misterio. Abre y cierra, en lo cotidiano y en el territorio de los sueños, la posibilidad de cincelarle otra forma a nuestra vida.
Una niña de ocho años me contó hace tiempo su sueño. Se vio de pie frente a una puerta, pero no sabía si al abrirla entraría o saldría. Ignoraba dónde se encontraba. Adentro o afuera de una casa o de un bosque. En el salón de su escuela, en la calle o en el patio. Solo podía mirar la puerta, nada más. Y aunque no tuvo miedo, estaba confundida. Cuando la niña decidió abrir la puerta, también la cerró, así me lo contó. La abrí, pero se cerró me dijo. Y me quedé afuera, hasta que entré por una puerta de salir.
Así son las puertas le dije, despistan, pero no provocan miedo, porque no son muros. Y si las abrimos, las cruzamos, las cerramos para entrar o para salir y luego volvemos a abrirlas, amparan al mismo tiempo que extienden frente a nuestra mirada al mundo. Hace unos días la madre de la pequeña que me contó su sueño me dijo que no para de abrir puertas. Una tras otra, donde quiera que va, la niña del sueño abre puertas, como quien al final del día bebe un vaso de agua fresca. Con la misma sed e idéntico placer. Al abrirlas entra a un mundo que la recibe y le hace ver más amplio el paisaje. Al cerrarlas, entra de nuevo al sitio de donde salió, pero trae con ella algo del otro que la recibió.
El miércoles pasado arrancó el programa de festejos y celebraciones de los centenarios de la Independencia y la Revolución en la Ciudad de México. Es un proyecto ambicioso y diseñado para que participe, no solo el mayor número posible de entidades, organizaciones, sectores de la población, jóvenes, ancianos, niños, sino todo aquél que sin importar la edad, la condición social, el cargo, el tamaño, el color del pelo y de la piel, aún sienta la necesidad de abrir puertas para entrar y dejar salir. La necesidad de renovarse como se renueva el viento que sopla sobre la historia. Y vuela cuando le abrimos la puerta.
En 2010, cuando la Revolución cumpla 100 años y la Independencia 200, la Ciudad de México habrá abierto muchas puertas. No se sabe bien a bien cuántas serán. Se sabe, eso sí, que el 13 de julio del 2008 se abrirá la Gran Puerta de la República en conmemoración de los 141 años de la entrada de Benito Juárez a la Ciudad de México. Ese día la ciudad, desde el cruce de Bucareli con Reforma, por todo el corredor de la avenida Juárez hasta llegar a Madero y al Zócalo, será el escenario de una fiesta popular. La Gran Puerta de la República que se abrirá ese día servirá para entrar a la historia y salir con ella bajo el brazo a un mundo moderno y amable. Un mundo que anuncie sonriente la apertura de otra puerta; la puerta que conduce al futuro.
De eso se trata. De cosechar lo sembrado, lo que ha crecido sin lindero. Y de avanzar sin olvidar, pero dejando a la memoria volar alto para que no bata las alas sobre un arroyo de cenizas. Para que más bien levantemos la mirada de una ciudad que nunca ha cerrado los ojos cuando se le mira. Una ciudad casa que merece una casa.
Dentro del proyecto del BiCien, que dirige el historiador y poeta Enrique Márquez, la ciudad tendrá al fin su casa. La construcción se iniciará el año próximo y será una especie de casa de cristal, no tanto por la forma arquitectónica, sino porque dentro de ella estará toda, toditita su historia y conformación. Su clima, sus instituciones, su música, su topografía, la gente que la habita, su cultura, su comida, sus gritos, su llanto, sus amoríos. Su estado de salud, su desnudez. Una casa con puertas que inquieten.
El programa que se presentó el miércoles en el Antiguo Colegio de San Ildefonso incluye también un acercamiento a Xochimilco donde se levantará, entre otras iniciativas, un jardín botánico y un acuario. Y es que la Ciudad de Agua es también de tierra y es de aire porque es agua. Agua firme.
La Ciudad de México abrió pues la puerta hacia el Bicentenario. Hay que entrar y dejar salir. Hay que mirar hacia adentro la puerta de la ciudad. Y abrirla al mundo, y bailar con el mundo y la ciudad en sus festejos. Hay que creer y abrir todas las puertas que encontremos para cincelarle otra forma a la ciudad. Y una nueva forma también a nuestra vida.
1 comentario:
MUY BUENAS RESEÑAS SALUDOS!!
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