Berlin de los ojos abiertos
Hay ciudades que tienen la fuerza necesaria para permanecer con vida, suceda lo que suceda. Son ciudades que se dejan amar, que nos tienden la mano sin mostrar su poderío. Sin perder ni uno solo de los rostros de cal que la construyen, día a día, la salvan de volver a morir. Como en las guerras.
No me importó no entender nada de lo que me decían. Igual preguntaba. Ni me agobió no poder pronunciar lo que leía en los anuncios de las calles y en el Metro. Igual leía. Ignoré al frío y no dejé de sentirlo, pero se acomodó sin violencia en mi cuerpo. Sin perturbar mi encuentro con la ciudad; sin ejercer su dominio sobre la tierra caliente que cubre mis venas. Berlín es así: una ciudad que te hace creer que todo, o casi todo, es posible, sin borrar las huellas. Las huellas que deja la vida.
Llegué a Berlín sin buscar a Berlín. Sin ninguna pregunta qué hacerle, sin una nota en mi cuaderno. Fui por conocer una ciudad más, por compartir con mi amiga María el estreno de su apartamento. No tenía nada que descifrar. Nadie me dijo: no dejes de ir a la Isla de los Museos ni a la Puerta de Brandeburgo; prueba el pato en cama de castañas, compra chocolates y salchichas en el mercadillo navideño, visita tal plaza. No hubo una voz que me hablara del agua que cerca a Berlín y la libera. Los dos ríos que le colman la sed cada mañana.
Llegué a Berlín sin que me advirtieran sobre la forma que tienen los berlineses de mirar. De mirarse en otros. En las calles, en el Metro, en el teatro, en los museos, en las tiendas, en las estaciones, en los restaurantes, en los parques, en la opera, la gente se mira. Todos miran sin que su mirada estorbe, invada, demande una respuesta. Sólo miran. Y cuando se les mira mirar, nunca abandonan. Mantienen su mirada sobre el otro, como si estuvieran de frente al espejo.
No busqué nada y fui encontrando. La casa donde vivió Bertolt Brecht, donde escribió quién sabe cuantas de sus obras de teatro y sus poemas. Sin borrar ninguna huella, dijo lo que quiso decir. Perturbando siempre a los otros, siempre siguiendo el camino que nadie había aún trazado. Bertolt Bretch, llegué sin buscarla, a la puerta de su casa. Y quise saber más de él. Y alguien me entregó sus poemas y canciones en medio de la noche. Como un fantasma de otro tiempo.
Las ruinas de Berlín no se han borrado. No queda nada de todo cuanto las guerras han destruido y está todo. Berlín horizontal, un homenaje a la memoria. Un reto, una desfachatez que se agradece, la violación permanente de los esquemas. La arquitectura naciendo de las ruinas. Una y otra vez, arrancándose cada muerto que asoma por las ventanas falsas. Reconociendo cada uno de los rostros que un día hicieron falta, para contarles que la guerra ha terminado.
A nadie parece importarle el frío. En Berlín los recién nacidos salen a las calles en invierno. Los enredan sus padres en sus vientres, les tapan las orejas con bufandas de colores, los besan en medio del tumulto. Sonríen. Todo el mundo camina con los ojos abiertos. Se suben a un Metro en el que viajan los cinco continentes y que recorre las entrañas de la historia de Berlín. Uno de los metros más eficientes de Europa, tuvo estaciones fantasma. Y nadie ha borrado las huellas.
No sé si es por el invierno, pero las mujeres en Berlín apenas se maquillan. Visten como cualquier otra mujer del mundo. No muestran su vestido nuevo, sus botas tan modernas. No parece importarles la moda de Berlín. Van a su aire, como ajenas a todo menos a las calles. Las calles que recorren a pie o en bicicleta las mujeres y los hombres jóvenes que tanto abundan en Berlín. Como el viento, refrescan las tardes oscuras. Le conceden parte del reflejo que los cubre. Y a nadie le importa la llegada prematura de la noche, nadie abandona las calles, nadie guarda su sombra en el armario.
Fui a Berlín sin buscar a Berlín. Y encontré una ciudad con alas donde nadie se sorprende de ver a una mujer cenando sola en el restaurante más caro o pidiendo una copa de vino en un bar de barrio antiguo. Aunque no dejen de mirar. Y aun en los días sin nieve, se distinguen las huellas que van dejando en las veredas de los cementerios de Berlín. Las huellas abiertas, como sus ojos.
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