Carlos Monsiváis y la ciudad de luz
Sonrió casi todo el tiempo. No lo he visto en demasiadas ocasiones, pero la semana pasada estuve presente en dos actos de celebración de sus 70 años y me dio la impresión de que Carlos Monsiváis comienza a disfrutar con mayor soltura de los homenajes que la ciudad, sus amigos, la Academia, las artes y muchos otros, preparan para él. El primero al que asistí fue en el Salón de Cabildos del Antiguo Palacio del Ayuntamiento el miércoles pasado. El Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, le entrego la medalla-escultura 1808. Carlos Monsiváis la recibió, la miró, la acarició casi y sonrió, la sonrisa de la ciudad de agua y luz que Juan Manuel de la Rosa diseñó para él sobre un trozo de oro con forma de grano de maíz. Como en los tiempos antiguos, el sol, el agua, el maíz, en el origen de la vida. El origen que en ocasiones borramos de nuestra memoria. Y al hacerlo, dejamos de soñar, nos vamos quedando sin alma.
Carlos Monsiváis cumplió 70 años hace 22 días y no paran los festejos. Y es que son muchos, muchísimos los aportes que ha hecho a la cultura y al avance social y democrático de la ciudad. Uno de ellos es precisamente el tejerle una memoria. Durante décadas la ha venido creando con el hilo de su mirada hecha palabra. Con razón Ebrard le dijo que la ciudad sería otra sin él. Otra. Más apretada, con heridas más profundas; o con las mismas, pero que nadie vería. Una ciudad de ciegos, eso sería. Y menos, mucho menos amorosa. Sin Monsiváis, las almas no se irían frotando en el vagón del Metro, como lo describió en su discurso de agradecimiento. Ni tendríamos conciencia del depósito histórico de olores y sabores que es nuestra ciudad. Al lado de Monsiváis, sus textos y sus ocurrencias, los habitantes de la ciudad hemos aprendido a mirarla. A mirarnos en ella y en los otros. Hemos aprendido a tolerar a los otros. A convivir. A pesar de que, como él mismo lo dijo, la ciudad es todavía y sobre todo, un cúmulo de problemas, de cuerpos a la deriva, de desempleo, de calles y avenidas sobrepobladas. Pero a pesar del caos, es una ciudad que aprende, cambia y avanza, sin que la veamos arrastrar los pies.
Estaban casi todos sus amigos. Elena Poniatowska, la más antigua, dice Monsiváis, Alejandra Moreno Toscano, José María Pérez Gay, Juan Ramón de la Fuente, Jorge Volpi, Luis Mandoki, Héctor Vasconcelos, Nacho Toscano, Guadalupe Loaeza, Consuelo Sáizar, El Fisgón, Rius, Margo Glanz, Enrique Márquez, el Coordinador de la Comisión del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución en la Ciudad de México, quien le organizó este homenaje. Y es que no sólo la Independencia y la Revolución cumplen años, también nuestros creadores cumplen años, dijo un día Márquez y se lanzó a la tarea de organizarle su fiesta a Monsi. Después de la ceremonia se fue Monsiváis con sus amigos a comer al Museo del Estanquillo. Muchos decidieron caminar del Zócalo al Estanquillo. Lo hizo el homenajeado que apenas salió a la calle y ya la gente le estaba pidiendo por favor maestro, una foto con usted que los cuates de mi calle no me lo van a creer. Y Monsi, que no dejó de exhibir su sonrisa casi infantil, casi felina, colocó su brazo sobre el hombro del joven que seguramente a estas alturas ya puso la fotografía en la pantalla de su celular.
Monsiváis llegó a la puerta del Museo del Estanquillo casi al mismo tiempo que Ebrard, que en cuanto se bajó del coche le dijo que mejor se hubiera ido con él caminando, si no hubo ni una gota de lluvia, ni reclamos, ni actos de protesta, ni una queja. Todo lo contrario, la sonrisa de Monsiváis acompañada de las sonrisas de quienes se detenían a verlo. Mira jefa, es un escritor muy famoso, un chingón, explicó una mujer de mediana edad a su mamá.
La comida terminó como a las seis de la tarde. Todos los invitados salieron con un papalote en la mano. El papalote que diseñaron para él sus amigos Francisco Toledo y El Fisgón como regalo de cumpleaños. Monsiváis dibujado en el papalote que los también artistas del Taller Arte Papel Oaxaca se encargaron de elaborar en Etla. Molieron la fibra, la secaron, la tiñeron le dieron forma de papalote y le estamparon la imagen de Monsiváis con sus anteojos de mica café que le colocó Toledo muerto de risa por la ocurrencia de hacer volar a su amigo con todo y anteojos.
El otro acto al que asistí fue el sábado pasado en el Centro Cultural Indianilla donde se presentaron once Libros de Artista. Los autores decidieron dedicar la exposición a Monsiváis. Y ahí, en ese espléndido local que Isaac Masri consiguió rescatar al olvido, Monsi volvió a sonreír y a dar las gracias a Manuel Felguerez, Sergio Hernández, Daniel Macotela, Juan Manuel de la Rosa y otros artistas que participaron en la exposición. Le dio las gracias a Isaac por padecer el delirio de creer que es posible cambiar al mundo, soñando otro mundo. Tejiendo, como el propio Monsiváis lo hace, uno a uno los deseos que aparecen en los sueños. Para cincelarlos en la memoria; para devolverle a la ciudad su alma. Su alma de sol y de agua.
Carlos Monsiváis cumplió 70 años hace 22 días y no paran los festejos. Y es que son muchos, muchísimos los aportes que ha hecho a la cultura y al avance social y democrático de la ciudad. Uno de ellos es precisamente el tejerle una memoria. Durante décadas la ha venido creando con el hilo de su mirada hecha palabra. Con razón Ebrard le dijo que la ciudad sería otra sin él. Otra. Más apretada, con heridas más profundas; o con las mismas, pero que nadie vería. Una ciudad de ciegos, eso sería. Y menos, mucho menos amorosa. Sin Monsiváis, las almas no se irían frotando en el vagón del Metro, como lo describió en su discurso de agradecimiento. Ni tendríamos conciencia del depósito histórico de olores y sabores que es nuestra ciudad. Al lado de Monsiváis, sus textos y sus ocurrencias, los habitantes de la ciudad hemos aprendido a mirarla. A mirarnos en ella y en los otros. Hemos aprendido a tolerar a los otros. A convivir. A pesar de que, como él mismo lo dijo, la ciudad es todavía y sobre todo, un cúmulo de problemas, de cuerpos a la deriva, de desempleo, de calles y avenidas sobrepobladas. Pero a pesar del caos, es una ciudad que aprende, cambia y avanza, sin que la veamos arrastrar los pies.
Estaban casi todos sus amigos. Elena Poniatowska, la más antigua, dice Monsiváis, Alejandra Moreno Toscano, José María Pérez Gay, Juan Ramón de la Fuente, Jorge Volpi, Luis Mandoki, Héctor Vasconcelos, Nacho Toscano, Guadalupe Loaeza, Consuelo Sáizar, El Fisgón, Rius, Margo Glanz, Enrique Márquez, el Coordinador de la Comisión del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución en la Ciudad de México, quien le organizó este homenaje. Y es que no sólo la Independencia y la Revolución cumplen años, también nuestros creadores cumplen años, dijo un día Márquez y se lanzó a la tarea de organizarle su fiesta a Monsi. Después de la ceremonia se fue Monsiváis con sus amigos a comer al Museo del Estanquillo. Muchos decidieron caminar del Zócalo al Estanquillo. Lo hizo el homenajeado que apenas salió a la calle y ya la gente le estaba pidiendo por favor maestro, una foto con usted que los cuates de mi calle no me lo van a creer. Y Monsi, que no dejó de exhibir su sonrisa casi infantil, casi felina, colocó su brazo sobre el hombro del joven que seguramente a estas alturas ya puso la fotografía en la pantalla de su celular.
Monsiváis llegó a la puerta del Museo del Estanquillo casi al mismo tiempo que Ebrard, que en cuanto se bajó del coche le dijo que mejor se hubiera ido con él caminando, si no hubo ni una gota de lluvia, ni reclamos, ni actos de protesta, ni una queja. Todo lo contrario, la sonrisa de Monsiváis acompañada de las sonrisas de quienes se detenían a verlo. Mira jefa, es un escritor muy famoso, un chingón, explicó una mujer de mediana edad a su mamá.
La comida terminó como a las seis de la tarde. Todos los invitados salieron con un papalote en la mano. El papalote que diseñaron para él sus amigos Francisco Toledo y El Fisgón como regalo de cumpleaños. Monsiváis dibujado en el papalote que los también artistas del Taller Arte Papel Oaxaca se encargaron de elaborar en Etla. Molieron la fibra, la secaron, la tiñeron le dieron forma de papalote y le estamparon la imagen de Monsiváis con sus anteojos de mica café que le colocó Toledo muerto de risa por la ocurrencia de hacer volar a su amigo con todo y anteojos.
El otro acto al que asistí fue el sábado pasado en el Centro Cultural Indianilla donde se presentaron once Libros de Artista. Los autores decidieron dedicar la exposición a Monsiváis. Y ahí, en ese espléndido local que Isaac Masri consiguió rescatar al olvido, Monsi volvió a sonreír y a dar las gracias a Manuel Felguerez, Sergio Hernández, Daniel Macotela, Juan Manuel de la Rosa y otros artistas que participaron en la exposición. Le dio las gracias a Isaac por padecer el delirio de creer que es posible cambiar al mundo, soñando otro mundo. Tejiendo, como el propio Monsiváis lo hace, uno a uno los deseos que aparecen en los sueños. Para cincelarlos en la memoria; para devolverle a la ciudad su alma. Su alma de sol y de agua.
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