De cuando el Zócalo recuperó la memoria
A Alejandro Aura
Lo hicieron los que estuvieron antes, pero él fue el primero en hacerlo para los que estamos hoy aquí. Lo hizo para los que creemos en el canto, en el arte, en los libros, en la lectura en voz alta, en las palabras que vuelan, como aves sin máscara, por las calles de la ciudad de México. Y lo hizo también para él: para poder continuar el vuelo. El vuelo que le levanta el alma y con ella se alza la nuestra.
Alejandro Aura tuvo la generosa ocurrencia de recuperar la mayor plaza pública de la ciudad: el Zócalo. Y lo primero que hizo desde el entonces Instituto de Cultura de la ciudad, fue organizar hace ya 10 años, un baile público con Celia Cruz. No se cobró nada, ni un quinto. La gente, cuando se enteró del baile, creyó que Alejandro había enloquecido. Que no era posible, que eran puros inventos de un poeta que salía en televisión con una bola de mujeres y que tenía una voz de seductor que daba vértigo. Además costaba creer que la mismísima Celia Cruz en persona se presentaría en el Zócalo. Y sí, claro que fue. Y puso a bailar a todos los que sí creyeron que la iniciativa era real y a los que lo dudaban, pero se dieron su vuelta, por si acaso la reina de la salsa se aparecía en la explanada.
Después de ese concierto ya nadie lo puso en duda: Alejandro Aura era capaz de todo. Los capitalinos pudieron escuchar gratis a Manú Chao, Café Tacvba, Chavela Vargas, Madredeus, Willie Colón, entre muchos otros. Y luego comenzó a llevar incluso a grandes escritores como José Saramago, el Premio Nóbel portugués de Literatura que todavía a estas alturas no puede creer que en el corazón de la ciudad de México tuvo la presentación con más audiencia de su historia. Y todo al aire libre, frente al Templo Mayor y la Catedral. Frente a la historia que cuenta lo que fuimos y la que nos recuerda lo que somos. La gente, cuando escuchó que había un escritor famosísimo, se fue arrimando a enterarse qué era eso de presentar un libro. Y se quedó durante toda la tarde escuchando la palabra de uno de los escritores que mejor conoce el significado de la dignidad.
Pero Alejandro no se conformó. Al rato ya estaba organizando ferias del libro, fiestas populares y exposiciones, lo que transformó totalmente al Zócalo. No es exagerado decir que en esos tiempos la plaza fue el centro cultural más grande del país. La cultura entonces se colocó otro rostro, al tacto de la gente en la calle. En la calle de todos.
Los hombres y mujeres de antes ya lo sabían. Pero Alejandro le recordó a todos los habitantes y visitantes del Valle de Anáhuac de hoy, que las calles y las plazas no son propiedad de nadie, por que son de todos. Fue su pura voluntad la que le tiró un balde de vida al Zócalo y, aunque a los artistas e intelectuales les pagaban poco, realmente muy poco, no les importaba. Ellos se sentían parte de esa locura de Aura de tomarse por asalto las calles y plazas de la ciudad, utilizando como arma a la cultura. Su ganancia era un notable incremento en sensibilidad. En la de ellos y en la de la gente que acudía a verlos al Zócalo, a convivir con ellos y con los otros, prácticamente cada fin de semana. Cuentan que cuando se presentó Café Tacvba, la plataforma de la plaza comenzó a moverse igual que los postes de luz de los alrededores. Algunos entraron en pánico, convencidos que se trataba de un temblor. Pero no, fue la consecuencia directa de los saltos que daban los cientos de miles de personas que escuchaban al grupo. Literalmente, entre Café Tacuba y su público, cimbraron el primer cuadro de la ciudad. Un cuadro de vida sobre las entrañas de agua de la plaza.
Este domingo por la mañana le llamé por teléfono a Alejandro Aura a su casa de Madrid. Una casa de luz, una selva de energía y aromas. Pero Alejandro este domingo estaba triste. Cansado. Sin ganas de cocinar ni comer ni leer ni nada. Cansado de darle día con día la batalla al maldito cáncer. Al colgar le llamé a Enrique Strauss, su cuate de toda la vida, para poder pronunciar en voz alta mi tristeza. Y Enrique Strauss le llamó para recordarle que debe otra vez alzar el vuelo, porque cuando lo alza se levanta su alma y con ella, vuela la nuestra. Y que nos hacen falta las flores que le salen de la mano cuando se pone a crear.
Después de hablar con Enrique, me llegaron una tras otra, cientos de imágenes de lo que ha hecho por la ciudad, Alejandro. Las exposiciones, el Faro de Oriente, la promoción de la lectura y miles más. Y me dieron ganas de leer alguno de sus poemas en los que expresa, como pocos poetas, lo mucho que quiere a su ciudad. Entonces encontré el poema en el que nos cuenta que los bienes de la ciudad fueron hechos por los que estuvieron antes y por nosotros/como flores nos salieron de las manos/todas estas casas y estas calles/y estos líricos hilos de la luz/Y este humo espeso/que nos volvió ciudad de llanto.
Lo hicieron los que estuvieron antes, pero él fue el primero en hacerlo para los que estamos hoy aquí. Lo hizo para los que creemos en el canto, en el arte, en los libros, en la lectura en voz alta, en las palabras que vuelan, como aves sin máscara, por las calles de la ciudad de México. Y lo hizo también para él: para poder continuar el vuelo. El vuelo que le levanta el alma y con ella se alza la nuestra.
Alejandro Aura tuvo la generosa ocurrencia de recuperar la mayor plaza pública de la ciudad: el Zócalo. Y lo primero que hizo desde el entonces Instituto de Cultura de la ciudad, fue organizar hace ya 10 años, un baile público con Celia Cruz. No se cobró nada, ni un quinto. La gente, cuando se enteró del baile, creyó que Alejandro había enloquecido. Que no era posible, que eran puros inventos de un poeta que salía en televisión con una bola de mujeres y que tenía una voz de seductor que daba vértigo. Además costaba creer que la mismísima Celia Cruz en persona se presentaría en el Zócalo. Y sí, claro que fue. Y puso a bailar a todos los que sí creyeron que la iniciativa era real y a los que lo dudaban, pero se dieron su vuelta, por si acaso la reina de la salsa se aparecía en la explanada.
Después de ese concierto ya nadie lo puso en duda: Alejandro Aura era capaz de todo. Los capitalinos pudieron escuchar gratis a Manú Chao, Café Tacvba, Chavela Vargas, Madredeus, Willie Colón, entre muchos otros. Y luego comenzó a llevar incluso a grandes escritores como José Saramago, el Premio Nóbel portugués de Literatura que todavía a estas alturas no puede creer que en el corazón de la ciudad de México tuvo la presentación con más audiencia de su historia. Y todo al aire libre, frente al Templo Mayor y la Catedral. Frente a la historia que cuenta lo que fuimos y la que nos recuerda lo que somos. La gente, cuando escuchó que había un escritor famosísimo, se fue arrimando a enterarse qué era eso de presentar un libro. Y se quedó durante toda la tarde escuchando la palabra de uno de los escritores que mejor conoce el significado de la dignidad.
Pero Alejandro no se conformó. Al rato ya estaba organizando ferias del libro, fiestas populares y exposiciones, lo que transformó totalmente al Zócalo. No es exagerado decir que en esos tiempos la plaza fue el centro cultural más grande del país. La cultura entonces se colocó otro rostro, al tacto de la gente en la calle. En la calle de todos.
Los hombres y mujeres de antes ya lo sabían. Pero Alejandro le recordó a todos los habitantes y visitantes del Valle de Anáhuac de hoy, que las calles y las plazas no son propiedad de nadie, por que son de todos. Fue su pura voluntad la que le tiró un balde de vida al Zócalo y, aunque a los artistas e intelectuales les pagaban poco, realmente muy poco, no les importaba. Ellos se sentían parte de esa locura de Aura de tomarse por asalto las calles y plazas de la ciudad, utilizando como arma a la cultura. Su ganancia era un notable incremento en sensibilidad. En la de ellos y en la de la gente que acudía a verlos al Zócalo, a convivir con ellos y con los otros, prácticamente cada fin de semana. Cuentan que cuando se presentó Café Tacvba, la plataforma de la plaza comenzó a moverse igual que los postes de luz de los alrededores. Algunos entraron en pánico, convencidos que se trataba de un temblor. Pero no, fue la consecuencia directa de los saltos que daban los cientos de miles de personas que escuchaban al grupo. Literalmente, entre Café Tacuba y su público, cimbraron el primer cuadro de la ciudad. Un cuadro de vida sobre las entrañas de agua de la plaza.
Este domingo por la mañana le llamé por teléfono a Alejandro Aura a su casa de Madrid. Una casa de luz, una selva de energía y aromas. Pero Alejandro este domingo estaba triste. Cansado. Sin ganas de cocinar ni comer ni leer ni nada. Cansado de darle día con día la batalla al maldito cáncer. Al colgar le llamé a Enrique Strauss, su cuate de toda la vida, para poder pronunciar en voz alta mi tristeza. Y Enrique Strauss le llamó para recordarle que debe otra vez alzar el vuelo, porque cuando lo alza se levanta su alma y con ella, vuela la nuestra. Y que nos hacen falta las flores que le salen de la mano cuando se pone a crear.
Después de hablar con Enrique, me llegaron una tras otra, cientos de imágenes de lo que ha hecho por la ciudad, Alejandro. Las exposiciones, el Faro de Oriente, la promoción de la lectura y miles más. Y me dieron ganas de leer alguno de sus poemas en los que expresa, como pocos poetas, lo mucho que quiere a su ciudad. Entonces encontré el poema en el que nos cuenta que los bienes de la ciudad fueron hechos por los que estuvieron antes y por nosotros/como flores nos salieron de las manos/todas estas casas y estas calles/y estos líricos hilos de la luz/Y este humo espeso/que nos volvió ciudad de llanto.
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