martes, mayo 15

El placer de estar vivos


Hay ocasiones en las que no requerimos de ninguna excusa para sentirnos completos. Días en que el sol sale a medias, tal vez haga frío o llueva apenas un boceto de lluvia, pero nos hacen sonreír el viento, la montaña, una nube. Y abrimos la mirada sin sentir ese antiguo dolor en el vientre, y aunque no haya quien nos despierte con una caricia en los labios, o nos diga que existe el amor y pronuncie en silencio la más bella y sonora palabra, percibimos ese placer casi sensual entre las piernas. Hay días así, en los que uno siente las venas repletas de sangre en lugar de cristales; en los que los recuerdos se componen la figura y se esparcen como semillas sobre la tierra fértil de un poema.

De un poema abierto que retiene a la vida.

Hay días en que despertamos convencidos de que es posible remediar los males del mundo. Que basta con seguir escribiendo que es posible aliviar la violencia, el odio, el horror, la injusticia, para que suceda. O soñar que en una esquina del planeta se encuentra un amigo en pie de lucha. Y despertar para escuchar la risa de ese amigo en la batalla. En la diaria batalla que libra en contra de la muerte, desde el sitio donde la vida habita, justo al centro de la creación

No le pedí permiso para escribir sobre él, aunque tuve la oportunidad de hacerlo. A pesar de que nos separa el Atlántico, nos hablamos por teléfono con frecuencia. El otro día fue él quien me habló para preguntarme si estábamos peleados, pues teníamos como cinco días sin escucharnos. Tengo la duda, me dijo. Y soltamos la habitual carcajada. Ayer le llamé yo, pero no le dije que esta semana escribiría sobre él. Lo más probable es que no se me había ocurrido hacerlo, aunque pensándolo bien, siempre se me ocurre escribir sobre él en alguno de los trozos de papel que guardo en el cajón del tiempo. Y que en tantas ocasiones me han salvado de las garras de un monstruo de sombras.

Un monstruo que aúlla sin ruido cuando escribo.

Alejandro Aura me ha salvado en varias ocasiones. Algunas veces de la tristeza, otras de la soledad. Las más, del dolor que se siente cuando dejamos de creer, aunque sea por un instante, en nosotros mismos. Y pensamos que el vacío que sentimos nos quitará la vida a gajos. A mi me sucedió en no pocas ocasiones cuando viví en España. Pero de Alejandro Aura aprendí que el vacío que nos desnuda también nos colma de sentido. Que del vacío que nos deshabita, brota la creación. Lo nuevo. Lo diferente. Siempre y cuando, claro, ocupemos el vacío. Que lo llenemos. Que lo dejemos en la vida.

Alejandro Aura y yo compartimos durante casi tres años un programa de radio en España. En esa aventura participaron también Eduardo Vázquez y Kiko Helguera, además de numerosos invitados como Tomás Segovia, Rafael Ramírez Heredia, Arturo Pérez Reverte, Chavela Vargas, Gael García Bernal, Carmen Boullosa, y decenas de amigos más, españoles y mexicanos que pasaban por Madrid. El espacio nos lo concedió el Círculo de Bellas Artes y ni un solo día dejamos de disfrutarlo. Y es que Alejandro Aura domina el arte de disfrutar la vida. De saberla sentir con la yema de los ojos, de doblarla entre sus dedos, moldearla, sonreírle, gritarle, maldecir a la vida y amarla al mismo tiempo. Es como si mirara con la mirada de la vida. Como si la extendiera por el mundo, sobre el mar, sobre la playa, sobre un desierto.

Cuando Alejandro Aura me dijo que tenía cáncer, me quedé pensando en la ausencia de la vida. Y creí que nunca se me aliviaría el dolor que en ese momento sentí. La daga de la crueldad en la punta de la lengua. Al cabo de los meses me di cuenta de que Alejandro Aura nunca soltará la vida. Contra todas las predicciones, contra la ciencia, contra la realidad y la razón, Alejandro Aura vive igual que lo ha hecho siempre, sobre las alas de la vida. Como el viento. Como el viento de esta mañana que sin razón aparente me hizo sonreír y me invitó a caminar por mi ciudad, sin ningún temor a sentirme en los dominios del caos, la violencia, la incertidumbre. Todo por pensar en Alejandro Aura y abrir como cada mañana el blog en el que desde hace ya más de tres meses nos cuenta cómo a través de un buen jugo de carne, un pollo con arroz, o un poema, se teje un muro a la muerte. Un muro que acaricia desde Madrid y que se deja sentir con igual fuerza en esta ciudad que Alejandro ama tanto.Una ciudad que avanza a medida que más se le sueña, como se sueña un deseo.

Con Alejandro Aura también aprendí a darle su lugar a los sueños. A creer que es posible nacer con ellos cada vez que despertamos. En Madrid o en esta ciudad que se empeña en demostrar que no es el espejo que muchos imaginan. Que respira, que fluye, aprende, crece, mira, se construye. Y que cada vez con más frecuencia estalla su natural libertad, para que una mañana sin razón aparente, podamos sentir el placer de estar vivos. Y creer así que crear es posible.

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