Sexo con placer, un derecho recuperado
Nunca le tuve miedo a la tristeza. Aprendí desde niña que estar triste puede hacernos sentir con más intensidad la vida. Si sabemos distinguirla de la depresión, la tristeza nos permite entrar en un estado en el que la sensibilidad domina, y todo cuanto nos rodea cobra otra forma. La forma justa que le coloca el mundo a sus dolores. La dulce e inofensiva tristeza.
Pero hay un tipo de tristeza más antiguo, más arraigado, más callado. La tristeza de perder poco a poco el deseo. De percibir cómo se va reduciendo el disfrute, la urgencia del abrazo, el goce.
La tristeza de ya no poder sentir ni dar placer a la pareja. Es la tristeza que se les mira en las pupilas a los viejos. La tristeza que los lleva a preparar la llegada de la muerte a sus vidas. Y comienzan a morir al ritmo que marca la paulatina pérdida del deseo. Despacio, sin alarde, sin desgarro, casi quietos. Pero solos, muy solos.
Don Emilio tiene 81 años y una sonrisa nueva, amplia, descarada. Se acaba de enterar que su derecho a disfrutar del sexo le ha sido devuelto. Dentro de poco obtendrá gratis las pastillas que combaten la disfunción eréctil y podrá volver a gozar lo que desde hace unos años es sólo un recuerdo. Amable, complaciente, grato, pero un recuerdo. Enviudó hace cinco años y no había querido buscarse una novia. Ahora lo hará sin ninguna vergüenza. Sin tener que despedirse en la puerta de la casa para no decepcionarla.
Para que no sienta su tristeza, para poder sacarla a bailar otra vez en la Plaza del Danzón y que ella acepte. Pero con la donación de Viagra, podrá también invitarla a su casa, abrazarla, acariciar su cuerpo, besarla, hacerle el amor como solía hacerlo antes de que la vejez le jugara una mala pasada.
Todos los mayores de 70 años que viven en la ciudad de México tienen derecho a la pastilla azul, como le llaman al Viagra, Levitra o Cialis. Y aunque algunos aseguran que aún no la necesitan, todos le dan la bienvenida. “Yo la guardaré para cuando se ofrezca”, dice Juan de 75 años. “Por si llega la quinta”, comenta Ramiro cuyo sombrero exhibe la sombra de su pelo recién pintado. A su lado, una mujer lo toma del brazo y antes de llevarlo de nuevo a la pista sonríe, una sonrisa cómplice. “La quinta soy yo”, confiesa más tarde. “Y la primera también. Y la sexta, seré la sexta”, dice con voz suavecita de danzón.
Fue el gobierno de Marcelo Ebrard quien tomó la decisión de quitarles la tristeza a los ancianos que se encuentran en el Programa de Adultos Mayores. Lo anunció en la Plaza del Danzón este fin de semana. Quien reciba los medicamentos se someterá a un examen médico para evitar cualquier contratiempo. Se les revisará el corazón, la fuerza de sus latidos. Y es que las mujeres dicen que están preocupadas, casi todas.
Temen que se “aloquen” demasiado sus maridos. No vaya a ser. Y afirman que además, así como están, ellos “cumplen”. Pero cuando hablan sobre la pastilla azul, más de un minuto les brilla la mirada. Aunque las palabras que emplean no correspondan, les brilla la mirada y terminan por aceptar que una ayudadita, quizá de vez en cuando, no les sentará nada mal. Después de todo, amar de noche, amar de tarde, amar sin que se terminen del todo las caricias, es como ir ganándole terreno a la tristeza antigua, al tiempo, a la angustia que causa la crisis económica, la violencia, la soledad. Es como volver a respirar sin sentir que se agota la vida. A Martina su marido no volverá a gritarle.
No es que lo haga demasiado, explica a un grupo de mujeres que se reúnen en la Plaza del Danzón cada fin de semana, pero lo hace.
Lo hace cuando intenta hacerle el amor y le falla. O cuando deja de intentarlo. Se pone a gritar por cualquier cosa y ella entiende que quiere hacerle el amor como antes. A ninguno de los dos le afectan las arrugas en sus cuerpos. Ni el vientre abultado, ni la lentitud con que se mueven las manos sobre el cuerpo tranquilo del otro.
Sólo quieren gozar. Disfrutar del sexo, que regrese el deseo. El deseo que coloca una mordaza a la violencia. Y que abre una puerta más a la vida. Para que se quede un tiempo más. Para que no se vaya la vida, antes de morir.
Más de cien mil personas mayores de 70 años comenzarán 2009 buscando una pareja o compartiendo con la que tienen un placer casi olvidado. Algunos irán a bailar danzón a la Plaza de la Ciudadela, como lo hacen desde hace años cada fin de semana.
Sólo que ahora bailarán con el deseo prendido en la mirada y el temblor, otra vez el temblor, al filo de la vida.
insulabarataria_mariacortina@hotmail.com
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